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Al parecer, según las últimas encuestas, la enfermedad también puede ser buena
ELIDES J. ROJAS L
En Twitter: @ejrl
eluniversal.com/
En semana pasada, después de algún tiempo sin encuestas ni estudios de opinión, apareció Schemel con su Hinterlaces. Hay algo en concreto que nos llamó la atención. El cáncer de Chávez le está generando beneficios y repunta en los números gracias al peligro inminente. Contradictorio, ¿no? Paradójico, ¿no?
Pero no hay razón para no creerle a Schemel cuando todos hemos sido testigos de sus aciertos. Ha pegado varios resultados electorales y, aunque las encuestadoras siempre dejan un margen claro para defensa posterior a los resultados, esta empresa juega más al análisis de grupos que a los números puros y simples. Así que la interpretación tiene bastante margen de juego. Es decir, todo dependerá de la labia, al mejor estilo del comandante.
No obstante, insistimos, un cáncer, un "canciller" como se le conoce popularmente, no es juego. Un artista, un escritor o una figura del cine pueden admitir su grave enfermedad y ganar miles de fanáticos. Total. Usted estará a las puertas del teatro y podrá ver una de sus últimas presentaciones en vida. Y si es cine, probablemente será una de sus últimas películas. Y si es un artista de verdad, estará muy cerca de una de sus últimas pinturas. Es un extraño encanto, una morbosa línea de revalorización que otorga la muerte a la vida en sus últimos innings. De allí a la gloria y a los recordatorios de prensa. Nada más.
Pero, en el caso de un presidente o un candidato, de un gerente general de una gran empresa o de un capitán de aviación, ese cáncer (salvo que sea un furúnculo elevado al grado de cáncer F-5 por pura propaganda) significa: se acabó, fin de la carrera, no hay extrainning. Último out. Al retiro o a la cueva final. No hay otra.
Nadie elige a una persona enferma, debilitada y con miles de taras para que de ella dependa su futuro, el de la empresa o el de un país. Eso es mentira. Ha sido siempre así. De hecho esas enfermedades se ocultan hasta el final. Como ciertamente intentó hacer micomandante; pero al final, la imagen, como su gobierno, la domina una realidad palpable y dura.
De allí la gran duda cuando Schemel afirma que la enfermedad, el cáncer indeterminado de Chávez, le ha ganado adeptos. La razón: amor, simple amor. Una relación afectiva y religiosa es impulsada por la inminencia de la muerte. Pues, de ser así, bien corto es este pueblo. Más allá de la política, un líder enfermo ya no es líder de nada. Tal vez pueda ocupar un buen puesto en una estatua. Aunque puede mandar otro, es verdad. Y el que viene mandando hasta hora desde Cuba está en tercera y sin outs. Así que las opciones no son muchas.
Mala estrategia, si acaso lo es, esto del cáncer presidencial. Aunque Schemel diga que es buena y saludable.
erojas@eluniversal.com / Twitter: @ejrl
ELIDES J. ROJAS L
En Twitter: @ejrl
eluniversal.com/
En semana pasada, después de algún tiempo sin encuestas ni estudios de opinión, apareció Schemel con su Hinterlaces. Hay algo en concreto que nos llamó la atención. El cáncer de Chávez le está generando beneficios y repunta en los números gracias al peligro inminente. Contradictorio, ¿no? Paradójico, ¿no?
Pero no hay razón para no creerle a Schemel cuando todos hemos sido testigos de sus aciertos. Ha pegado varios resultados electorales y, aunque las encuestadoras siempre dejan un margen claro para defensa posterior a los resultados, esta empresa juega más al análisis de grupos que a los números puros y simples. Así que la interpretación tiene bastante margen de juego. Es decir, todo dependerá de la labia, al mejor estilo del comandante.
No obstante, insistimos, un cáncer, un "canciller" como se le conoce popularmente, no es juego. Un artista, un escritor o una figura del cine pueden admitir su grave enfermedad y ganar miles de fanáticos. Total. Usted estará a las puertas del teatro y podrá ver una de sus últimas presentaciones en vida. Y si es cine, probablemente será una de sus últimas películas. Y si es un artista de verdad, estará muy cerca de una de sus últimas pinturas. Es un extraño encanto, una morbosa línea de revalorización que otorga la muerte a la vida en sus últimos innings. De allí a la gloria y a los recordatorios de prensa. Nada más.
Pero, en el caso de un presidente o un candidato, de un gerente general de una gran empresa o de un capitán de aviación, ese cáncer (salvo que sea un furúnculo elevado al grado de cáncer F-5 por pura propaganda) significa: se acabó, fin de la carrera, no hay extrainning. Último out. Al retiro o a la cueva final. No hay otra.
Nadie elige a una persona enferma, debilitada y con miles de taras para que de ella dependa su futuro, el de la empresa o el de un país. Eso es mentira. Ha sido siempre así. De hecho esas enfermedades se ocultan hasta el final. Como ciertamente intentó hacer micomandante; pero al final, la imagen, como su gobierno, la domina una realidad palpable y dura.
De allí la gran duda cuando Schemel afirma que la enfermedad, el cáncer indeterminado de Chávez, le ha ganado adeptos. La razón: amor, simple amor. Una relación afectiva y religiosa es impulsada por la inminencia de la muerte. Pues, de ser así, bien corto es este pueblo. Más allá de la política, un líder enfermo ya no es líder de nada. Tal vez pueda ocupar un buen puesto en una estatua. Aunque puede mandar otro, es verdad. Y el que viene mandando hasta hora desde Cuba está en tercera y sin outs. Así que las opciones no son muchas.
Mala estrategia, si acaso lo es, esto del cáncer presidencial. Aunque Schemel diga que es buena y saludable.
erojas@eluniversal.com / Twitter: @ejrl
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