En las elecciones pautadas para 2012 Hugo Chávez concurrirá más averiado que nunca antes, el único problema es saber si la oposición estará para ese momento mejor o peor que él. Como se sabe, hay experiencias en las que el caudillo baja, baja, baja y luego, supuestamente de manera inesperada, sube; desde luego con la nunca bien ponderada pequeña ayuda de sus amigos y de las trampas.
La idea de que Chávez desciende y su descenso es continuo e inevitable ha demostrado su falsedad. La pregunta esencial es por qué un sector de la población que está disgustado con el líder y con su gobierno puede terminar apoyándolos; por qué hay quienes pueden estimar que a pesar de que lo que representa el actual Presidente debe ser superado, se vota por él. Estas respuestas no se encontrarán en la acción del gobierno sino en la de la oposición.
Elecciones paranormales
Un hecho sobre el cual han insistido varios analistas políticos es la necesidad de apreciar las elecciones en el contexto del autoritarismo y del militarismo prevalecientes. No es que los dirigentes de los partidos no sepan lo obvio sino que han adoptado como estrategia de combate la acción electoral como si fuera realizada en tiempos de acentuada normalidad.
Esa estrategia deja bien claro que una cosa es la calle y sus conflictos, mientras que la acción electoral es el centro de su atención. Las razones para esa aproximación tienen que ver con varios elementos, algunos sorpresivos. Hay partidos cuyo interés esencial es ganarles a los otros en la oposición para lograr que un miembro de su organización sea el candidato presidencial.
En este explicable propósito se suele perder el filo de la confrontación con el régimen. No es sólo que no se transmite un real aliento unitario sino que la búsqueda de recursos financieros y propagandísticos, la estrategia de opinión pública y la actitud de los dirigentes, enfatiza las diferencias; posiciones que se hacen perceptibles a pesar de las invocaciones unitarias.
Un tema no definido es el de la actitud que debe tenerse frente a Chávez. Los asesores suelen recomendar no confrontarlo directamente para no estimular el espíritu de cuerpo en el chavismo; insisten en centrarse en su obra más que en su figura, además de tener un trato con pinzas para eludir todo tipo de confrontación.
Así resultan precandidatos que es posible que capturen simpatías de aquí y de allá, dado su estilo inofensivo y sedado. Sin embargo, hay que imaginarse a un candidato más o menos lento, cuidadoso, preocupado por no espantar a nadie, en una confrontación con Chávez, cuerpo a cuerpo.
Es posible que la estrategia que permite ganar la candidatura sea exactamente la que le abra el camino a la derrota. Se argumenta que el candidato opositor desde el vamos tendría amarrados a los más radicales, a los opositores más intensos y antiguos, por lo cual no valdría la pena tratar de reconquistarlos. Inexcusable error porque la sensación de una política equivocada podría estimular, al menos en un sector, la idea de que no tiene sentido votar en una estrategia que se podría asumir como perdedora.
Una política blanda tiene la tendencia a dejar de lado los reclamos por cambios en la composición del Consejo Nacional Electoral, la actualización y depuración del Registro Electoral, el papel de los militares y de las milicias en el proceso, la automatización en todas sus fases, entre otros temas relevantes. Confiar la determinación de las condiciones electorales a las reuniones entre dirigentes y CNE, sin promover iniciativas contundentes desde la calle, puede volver a dejar en paños menores el esfuerzo opositor.
El pasado y el futuro
El relato del régimen ha vendido que el pasado democrático venezolano es una vergüenza respecto a la que Chávez ha actuado como el purgante necesario. Este cuento se ha comprado en la posición y la actitud de varios dirigentes opositores, y sobre todo en aspirantes a la candidatura. No sólo comienzan a ofrecer lo mismo que ofrecen los que hoy gobiernan -claro, sin sus “errores”- sino que se quedan sin lo que podría ser lo más fuerte de su oferta que es lo que Venezuela fue capaz de construir y desarrollar en la democracia.
Por supuesto que hubo los errores, las desviaciones y los vicios que, entre otras cosas, hicieron posible a Chávez, pero la única manera de aceptarlos es mediante la autocrítica de los actores. Asumir la democracia de los 40 años de modo autocrítico es la mejor credencial que pueden presentar quienes quieren sustituir al caudillo de esta hora.
La razón más íntima por la que ningún partido político quiere comprometerse a la defensa de la democracia que Venezuela construyó durante 40 años es que la única manera de hacerlo es mediante una poderosa crítica a sus vicios. Al no aceptarlo de este modo, los dirigentes ofrecen un futuro sin pasado, es decir, un futuro falso.
El cuento de que los partidos que se comen a mordiscos fuera de los reflectores van a construir la sociedad de la paz, el progreso y el amor, no es que sea insincero sino que carece de credibilidad. Por supuesto que la autocrítica no es la payasada empleada por los comunistas desde siempre para complacer a Stalin al confesar pecados no cometidos; la que se requiere es la que reconoce los errores de ayer, y hoy cambia radicalmente sus prácticas.
La imposibilidad de ofrecer un futuro deseable, creíble, capaz de emocionar, se sustituye con programas de gobierno abstractos que proponen cambios en las instituciones pero dejan de lado los problemas concretos. Por ejemplo, se habla de transformar (o dejar de lado) a Pdvsa, pero, ¿qué pasará con los miles que fueron expulsados de allí? Se habla de la reinstitucionalización de la FAN, pero, ¿qué deberá hacerse con los mandos militares actuales? ¿Qué conducta se tendría con con las autoridades judiciales de hoy? ¿Es pensable una asamblea constituyente?
Por supuesto que todas estas preguntas tendrán diferentes respuestas porque dependen de las condiciones específicas en las que la transición, ya comenzada, se desarrolle, pero responder acerca del sentido que tendrían daría carne y hueso a ofertas y propuestas.
El fraude
El fraude ha sido ingrediente de todos los procesos electorales bajo el chavismo. Al inicio, con las manos libres y luego con más dificultades dado el grado de alerta que hay que reconocer han tenido los partidos y los representantes de la sociedad civil en diferentes jornadas electorales. Pero ha existido. Es el desmedido ventajismo oficial, el uso inescrupuloso de los recursos públicos, la transformación de resultados o su ausencia en forma completa como en el caso del referéndum de 2007. Además, el ejercicio del terror como instrumento para torcer la voluntad de segmentos importantes de votantes que no quieren perder sus empleos o los magros recursos que provienen de las “misiones”. Enfrentarse a estos elementos no debilita sino contribuye a hacer más vigorosa la respuesta popular.
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