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sábado, 11 de junio de 2011

Opinión: “El país después de 2012” Por Alonso Moleiro



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¿Cómo salimos del bache, como realineamos los factores de poder, como superamos el fardo del fracaso de unas élites irresponsables en la última parte del siglo XX? El país necesita algo más que diputados combativos, dirigentes sociales y jerarcas partidistas que lean encuestas. Va siendo la hora de producir pensamiento político.

Alonso Moleiro
talcualdigital.com

Ya se ha dicho muchas veces que hay dos maneras de entender la realidad nacional coexistiendo en este momento en Venezuela. La Constitución Nacional vigente establece unos parámetros claros para desarrollar la gestión del Estado y normar la convivencia de los ciudadanos en este país.

El gobierno nacional, sus simpatizantes y dolientes, hace rato que tienen en la cabeza un proyecto político que contradice por completo su espíritu fundamental, y algunos de los hábitos políticos más arraigados entre los venezolanos.

La Carta Magna establece el desarrollo de un Estado mixto y de inspiración federal; en la cual la descentralización y la transferencia de competencias a las regiones son un objetivo a conquistar; la autonomía de los poderes públicos es un valor supremo y las instituciones que ésta consagra están pensadas para proteger y desarrollar las aspiraciones de la sociedad civil.

El chavismo sabe que tiene frente a sí una realidad legal que a estas alturas ya es un obstáculo, pero, de un tiempo a esta parte, insiste en poner en práctica sus lineamientos estratégicos ­valga decir sus verdaderos objetivos: un Estado comunal, con instituciones intermedias de gestión en trance de desaparición; unos poderes públicos articulados desde la Presidencia de la República; unas Fuerzas Armadas vinculadas al debate político y al partido de gobierno y una gestión administrativa tutelada por el Estado.

En el oficialismo saben que no le pueden decir a la ciudadanía de un solo golpe todo lo que quieren hacer, porque han escogido la vía electoral y eso los perjudicaría enormemente, y por eso administran sus decisiones de acuerdo al margen de maniobra que ofrecen las posibilidades.

De vez en cuando, para retratarse peinados con esa letra de la ley que no se cansan de violentar, invocan en diagonal alguna disposición genérica contemplada en el librito azul de 1999, la otrora bicha.

La Constitución Nacional que alguna vez les sirvió de bandera, y que hoy, como cada vez le queda claro a un número creciente de venezolanos, no hace sino estorbarles.

La brecha que estamos describiendo se expresa en todos los órdenes de la vida nacional y hace a la gestión de gobierno la actual pantomima disfuncional que se despliega ante los ojos de quien quiera apreciarla.

La falla de origen nace en el mismo Consejo Federal de Gobierno. Alcaldías y gobernaciones, sobre todo si no son del gobierno, son instancias maltratadas y acorraladas, colocadas en estado general de sospecha, con las que hay que lidiar mientras no quede otro remedio. Las esferas del poder nacional no colaboran entre sí, por disposición expresa de la Presidencia de la República.

Puede decirse lo mismo de los ámbitos productivos: el distanciamiento y la renuencia manifiesta que se expresa en el sector público frente al privado ilustra a la perfección la ruptura existente entre la sociedad y el Estado. Indepabis, Conatel, el Saime y Cavidi: esos son los nombres de la policía política de los ciudadanos.

Los resultados están a la vista: con las desbordadas sumas de dinero en las arcas de la nación, los cortes de luz se multiplican, la vialidad se deteriora, las deudas laborales se acumulan, los índices de criminalidad se disparan y las cotas de productividad se estancan.

Con un grave añadido: la perversa asfixia mecánica que el gobierno ha intentado aplicarle a la sociedad civil, vigente, como hemos dicho en otra parte, desde el cierre de RCTV, ha fracasado en su objetivo fundamental, pero le ha infligido un enorme daño a la vida nacional.

Podemos apreciar que, aunque aún de pie, sin recursos, las expresiones culturales locales pierden vitaminas; el peso específico de la nación en la subregión se aligera; lo mejor de nuestro recurso humano emigra.

Todo el mundo parece estar esperando lo que va a suceder en 2012 para decidir qué hacer con su vida. La oposición política venezolana, organizada en la Mesa de la Unidad, está llamada a interpretar, con todos sus matices, la gravedad del problema descrito.

Como nunca antes en la historia de la vida venezolana, la cita de 2012 pone sobre la mesa la existencia y la vigencia de dos modelos políticos, y tal dilema, a diferencia de los eventos electorales del pasado, involucra a todos los actores de la vida nacional, sean o no políticos.

Es decir, esto es mucho más que una confrontación entre partidos, o un problema de encuestas, afiches, curules, gobernaciones y secretarías de organización.

Las fuerzas de la MUD deben comprender de una vez que tienen que incorporar a la población en una causa nacional que guarda algunos parecidos fundamentales con la situación de 1958.

Aun cuando todavía intenta disimular, lo que el oficialismo quiere hacer está a la vista: estatizar todas las dimensiones de la cotidianidad; alinear a todos los estamentos sociales, económicos y políticos del país en torno a Hugo Chávez como jefe único; parroquializar la gestión pública y colocar a la oposición política en un papel decorativo para ganar indulgencia internacional.

Todo lo anterior mientras espolvorea con elementos marciales y fascistoides el imaginario nacional y la relación entre los ciudadanos.

La otra opción, la democrática, ahora doliente estructural de lo dispuesto en la Constitución del 99, es la única que garantiza la existencia de una sociedad plural, con todos sus matices y todos sus extremos.

Resultó que, a estas alturas, y pese a haberse opuesto a su aprobación, son las fuerzas de la MUD son las que le pueden garantizar a la población la promesa básica formulada en torno a sus postulados en aquel entonces. Garantías que incluirán, con toda seguridad, a las organizadas en torno al adversario derrotado.

Como ha quedado dicho, además, se aproxima al escenario electoral con mayores posibilidades que nunca para conseguir una victoria.

¿Cómo restaurar la gobernabilidad entre factores sociales e instancias de gobiernos que se adversan y desconfían entre sí? ¿Cómo sacar al país del estancamiento productivo en la cual la ha metido este gobierno? ¿Cómo lograr eficacia en la gestión con las demandas sociales y las deudas laborales pendientes?

¿Cómo restaurar el equilibrio entre la sociedad y el Estado? ¿Cómo lograr instalar en la nación un ambiente de estabilidad, de optimismo, de acuerdos estructurales en torno a unas cuantas ideas básicas que garanticen a nuestros hijos una vida digna en este país?

¿Cómo salimos del bache, como realineamos los factores de poder, como superamos el fardo del fracaso de unas élites irresponsables en la última parte del siglo XX? El país necesita algo más que diputados combativos, dirigentes sociales y jerarcas partidistas que lean encuestas. Va siendo la hora de producir pensamiento político.

Gasolina programática y plataformas con ideas estables para los años que se avecinan.

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